La alforja es uno de los símbolos de la identidad lojana. El pueblo Palta, asentado en los cantones suroccidentales de la provincia, propagó su uso, aunque históricamente no se conoce dónde surgió este artículo. En la actualidad, se lo sigue utilizando en la zona rural.
Está confeccionada de forma manual con una tela, que mide un metro de largo y tiene forma rectangular. Cuenta con dos bolsillos grandes para colocar variados artículos para viajar grandes distancias.
Las alforjas pueden ser personales y tienen una capacidad de 20 libras. Las más grandes sirven para llevar hasta dos quintales y son colocadas en el lomo de un caballo o burro.
Un telar de regletas hechas con maderas seleccionadas sirve para entrelazar las hebras de hilo que van formando la tela, que formará la alforja. Al final se hace el acabado de los filos para garantizar la resistencia, dice la tejedora Luz María Sarmiento, de 75 años.
En su casa, ubicada en el cantón Gonzanamá, puso un tubo metálico empotrado a la pared y en una pequeña banca se sienta para tejer con las reglas de madera pulidas.
Con la práctica teje una alforja laborando alrededor de cinco horas. Según Sarmiento, quien lleva 35 años en este oficio, es un arte exclusivo de las mujeres. “Aprendimos porque antes solo nosotras nos encargábamos de las tareas domésticas y elaboramos los objetos que se usaban para las actividades diarias”.
Sarmiento formó una organización familiar con cinco tejedoras hace 25 años. Su producto es vendido en tiendas del cantón Gonzanamá y Loja.
Su sueño es que no se pierda esta tradición. “Este arte es una herencia familiar porque aprendí de mi madre, que a su vez le enseñó mi abuela”.
Según esta lojana, su progenitora le contó que sus antepasados -los paltas- usaban de forma diaria estos objetos y enseñaron la técnica.
Hasta hace tres décadas, las alforjas más pequeñas se confeccionaban con hilo de lana de borrego y las más grandes con hilo blanco denominado chillo, que llegaba desde el Perú.
Este último era apetecido por su gran resistencia, sobre todo para trasladar productos. Ahora se usa el llamado hilo perlé que es muy resistente y es de Tungurahua.
Las alforjas tienen varios colores y formas. Antes se teñía con sustancias traídas desde el vecino país.
Su hija Ivanova Castillo es maestra de manualidades y fue asignada a un barrio de la parroquia rural de Nambacola del cantón lojano de Gonzanamá. Castillo continúa enseñando a los niños este tejido ancestral, que se ha convertido en un ícono cultural del pueblo lojano.
En el cantón Gonzanamá existen más de 25 familias que se dedican a elaborar alforjas, algunas para el uso y otras para la venta en almacenes.
En los cantones de Paltas, Calvas, Quilanga y Espíndola también existen artesanas que realizan estos tejidos. Santiago Camacho, de 86 años, acude tres veces a la semana al mercado de Gonzanamá.
Él utiliza su alforja para llevar las compras a su vivienda. Para Camacho, llevar este artículo le facilita el traslado de las compras, además le permite tener viva una tradición de sus ancestros, los indígenas paltas.
Para el sociólogo lojano, Félix Paladines, esta prenda identifica al chazo lojano que es descendiente del pueblo Palta, quienes antiguamente habitaron la región sur del país.
Entre sus estudios identificó que este objeto permitió movilizar objetos de valor por los caminos de herradura de los pueblos fronterizos.
En la actualidad, los campesinos son quienes más utilizan este implemento típico, sin embargo son objetos de obsequios en eventos sociales.
Por citar un ejemplo, el próximo 29 de noviembre los directivos de la Casa de la Cultura de Loja regalarán 30 alforjas con libros como símbolo de gratitud a los participantes de un encuentro nacional de escritores.
Para ello, Sarmiento trabaja arduamente para entregar este pedido con anticipación.