Argentina y un suicidio político

La muerte del fiscal argentino Alberto Nisman fue noticia mundial. Las primeras informaciones fueron confusas y a esa confusión contribuyó el discurso oficial.

Actores políticos de primera línea - ministros, legisladores –se apresuraron a aferrarse de la presunción, sin informe en firme, y no dudaron del suicidio. Argentina, carente del liderazgo de una mandataria que se ha refugiado en el Facebook, escuchaba esas voces en medio de la conmoción y la rápida respuesta de una sociedad que demandó en las calles justicia ante la muerte siniestra.

Alberto Nisman tenía en sus manos un informe que iba a presentar el lunes ante una Comisión Legislativa. Ante los anticipos en entrevistas ampliamente difundidas, los legisladores oficialistas advirtieron que esperarían a Nisman ‘con los tapones de punta’ - como en el fútbol, para lesionar -. El fiscal muerto llevaba un delicado caso: AMIA. Hace más de 20 años, 85 personas murieron y casi tres centenas resultaron heridas. Un atentado terrorista en la mutual judía (AMIA). Dos años antes otra bomba letal mató 25 personas en la Embajada de Israel en Buenos Aires. La guerra planetaria del fundamentalismo.

Los indicios apuntan a terroristas y sus creencias. Irán y sus mandatarios teocráticos repetían que el Holocausto judío en la II Guerra Mundial era un invento y que se debía borrar del mapa a Israel (Mahmud Ahmedineyad, expresidente).

Un memorando entre los gobiernos de Argentina e Irán sacudió la conciencia. Los jueces argentinos deberían ir a Irán para interrogar a los sospechados. El documento lo firmó Héctor Timmerman, cuestionado canciller, hijo de un periodista preso en la dictadura y funcionario de un gobierno que ataca a la prensa. Judío de religión.

La muerte del fiscal merece una investigación seria –no fantochadas por Facebook– para superar la impunidad.
Cristina ya no cree en el suicidio, podría ser el suicidio político del oficialismo.

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