La vida política en Colombia transcurre de sobresalto en sobresalto, alrededor de lo que dice y hace una figura anclada en el pasado, el expresidente Álvaro Uribe Vélez (2002-2010).
Con más dureza que en los cuatro años anteriores, el ahora senador y líder del Centro Democrático, ha enfilado sus armas en contra del proceso de paz que adelanta el gobierno del presidente Juan Manuel Santos, su exdelfín y sucesor, con la guerrilla de corte marxista de las FARC.
Vista bien, no tiene asidero la postura de Uribe, quien ha hecho el quite (no del todo) a la ola de acusaciones sobre los presuntos nexos con los paramilitares de extrema derecha. ¿Por qué? Muy simple. El exinquilino de la presidencial Casa de Nariño pretendió hacer lo mismo que ahora lleva a cabo Santos, su exministro de Defensa.
Una serie de artículos del periodista colombiano Daniel Coronell, columnista de la revista Semana, en efecto, da cuenta de los pasos dados por el ex-Jefe de Estado en su intento (fallido) por sellar la pacificación con el grupo rebelde fundado por ‘Manuel Marulanda’ o ‘Tirofijo’, en el año 1964.
Por ejemplo, al igual que Santos ahora, el antecesor de este, en cartas enviadas con emisarios a los cabecillas de guerrilleros, abrió la puerta para que los subversivos pudieran participar en los procesos eleccionarios y así ganar una curul en el bicameral Congreso colombiano. En la actualidad, en cambio, esa posibilidad le parece “un acto de claudicación”.
Y, al contrario de Santos, ofreció en este entonces a los subversivos una suerte de zona desmilitarizada, para ahí efectuar las tratativas. Una decisión así fue unas de las causas del abortado diálogo del gobierno de Andrés Pastrana con el grupo de ‘Tirofijo’.
Lo peor que le pudiera pasar a Colombia es que, en última instancia, la consecución de la paz -un anhelo de la mayoría de sus ciudadanos, según sondeos- dependa de la voluntad de un (ex) líder que ha optado por la guerra.