Para José Dávila las fiestas de fundación de la ciudad de Ibarra, provincia de Imbabura, situada en el norte de Ecuador, se celebraban con mayor intensidad desde 1967. Hoy, a sus 78 años, recuerda que los jóvenes de su época acudían a reuniones con amigos y familiares. Los bailes eran escasos y no se realizaban sin la venia de los padres.
Con el consentimiento también se fijaban los horarios, que generalmente duraban 16:00 a 18:00. Dávila explica que el alcohol estaba controlado por los Estancos, que era dependencia estatal que manejaba la venta de licores. “Hasta las puntas (licor de caña obtenido artesanalmente) era controlado”. No había la venta libre de bebida y menos aún discotecas.
“La rocola era infaltable en los bares y restaurantes. Se depositaba una moneda de 20 centavos de Sucre y se elegía una canción de una larga lista”. Los jóvenes no tomaban alcohol. Dávila recuerda que mientras los adultos tomaban cerveza, ellos bebían leche. La música era diferente. Estaban de moda bailar boleros, tangos, pasodoble, cumbias y, una que otra, canción de ‘rock and roll’, que escapaba de las cajas metálicas.
El domingo la algarabía se concentraba en el Parque Pedro Moncayo, el principal de la urbe ibarreña. Ahí, la Banda Municipal alegraba con sus acordes, a las 11:00 y a las 19:30. El horario nocturno coincidía con la salida de os feligreses de la última misa de la Catedral de Ibarra.
En aquella época, los hombres acudían al parque luciendo ternos de colores: café, verde o negro. También usaban camisas blancas, de cuello almidonado y corbata. Las mujeres, en cambio, caminaban ataviadas con vestidos acampanados y de color rosado y celeste. Los caminos circulares de la plaza central provocaban el encuentro entre los grupos de jóvenes. Sin embargo, nunca los adolescentes podían ir en pareja públicamente.
La ibarreña Rebeca Benitez, de 80 años, comenta que durante las fiestas de la Ciudad Blanca, los jóvenes se disfrazaban para desfilar en el pregón. Los festejos duraban de 16:00 a 21:00. Benítez explica que los pasatiempos que tenían los muchachos de su época, durante las fiestas de septiembre, eran las reuniones en las esquinas de las manzanas. Ahí jugaban con trompos, canicas y las denominadas tortas.
Las chicas se quedaban en casa. Pero en todas las residencias las puertas se cerraban a las 21:00, explica Benítez. Sin embargo, ahora todo ha cambiado. Mientras los adultos prefieren las ferias y bailes populares, los jóvenes se concentran en las discotecas.
Esteban Medina, DJ de 22 años de edad, comenta que los ritmos actuales son la salsa, la música electrónica, el pop, el rock y el reggaetón. “Esta última es la que mayor demanda entre los muchachos”.
Las discotecas abren de jueves a sábado. La mayoría de bailarines, hombres y mujeres, que acuden prefieren los pantalones jean, camisa o blusa. Generalmente las farras actuales se extiende 22:00 a 02:00. Pero también existe la llamado ‘after party’ (después de la fiesta) , que se desarrollan en sitios privados hasta las 06:00.
En la mayoría de bares se ofrece comida rápida, como: hot dog, hamburguesas, sánduches y variedad de bebidas alcohólicas. La oferta gastronómica, por los trasnochadores, se complementa en los puestos de comida, denominados agachaditos.
Jairo Salas, de 27 años, prefiere un plato de arroz con pollo o guatita, para recuperar fuerzas. Sin embargo, otros chicos buscan espacios culturales. Andrea Bonilla, de 28 años, también asisten a festivales de arte, música, danza. Sea como sea, los ibarreños no han perdido el espíritu alegre que se aflora durante las festividades de septiembre.