El Punto Seguro, en San José de Monjas, fue el lugar de partida del desfile, el sábado. Foto: Paúl Rivas / EL COMERCIO.
El Kolla Raymi es una celebración común en varios sectores de la ciudad. Se trata de un festejo, con raíces indígenas, para evocar a la tierra. Lo hacen en Calderón, Llano Grande, Marcopamba (norte), La Ferroviaria Alta, Chilibulo, Cugtulagua (sur), entre otros.
Pero si hubiera que referirse al lugar en donde hay más participación, originalidad y, sobre todo, vinculación con las comunidades indígenas, es San José de Monjas, centro este, sector que aglutina a 20 barrios. Hay antecedentes, que en ese lugar, según algunos vecinos, se levantó uno de los pucarás incas (fortalezas) más grandes en lo que actualmente es el Distrito Metropolitano.
Según Jumandi Chimba, promotor cultural y docente de la Universidad Católica, antes de la llegada de los españoles, allí se realizaban ceremonias milenarias: Inti Raymi, Kapak Raymi, Paucar Raymi y Kolla Raymi. Estas expresiones han sido invisibilizadas con el tiempo, reconoce Chimba.
El sábado pasado, tres grupos de danzantes que salieron de la Primero de Mayo, La Arboleda y Monjas Alto, llegaron al llamado Punto seguro. Todos están inquietos por la necesidad de acercarse a la naturaleza, admite Lili Yánez, coordinadora del grupo Adulto Mayor del sector. Es una oportunidad para retornar a la tierra, agrega Pablo Muñoz, vecino de 64 años y uno de los más activos.
El sitio está lleno de vecinos de los 20 barrios de San José de Monjas. La noche cae y ni siquiera una leve garúa incomoda a los asistentes.
Desde la carpa donde se han instalado los parlantes y los micrófonos para el evento, se escucha a Jumandi Chimba: “Debemos estar dispuestos a campesinar la ciudad, la gente sabe que sus antepasados fueron agricultores. No nos apartemos de quienes somos”.
En los años 50, del siglo pasado, había mucho espacio para cultivar, pero hoy existen pocos. El motivo es que, de la noche a la mañana, la gente construyó viviendas sobre el pucará de sus antepasados, admite Rosa Aicaña, vecina de 79 años y una de las primeras en habitar este sector que, hasta el 2010, sumaba 54 027 habitantes, según el Instituto de la Ciudad.
Pero ella sigue sembrando en el retazo que quedó libre del cemento. Cultiva papas, acelga, maíz… Para que la plaga no arrase con las plantas utiliza ceniza. También, de vez en cuando, les ofrece chica, tal cual lo hacían sus antepasados.
Ese desvelo por la tierra le motiva a participar activamente en la celebración del Kolla Raymi, que se escenifica en el llamado Punto seguro, en San José de Monjas. Desde el año pasado baila y se interesa más por conocer los entresijos de esta fiesta comunera.
No está sola, hay otros vecinos (muchos de ellos indígenas que migraron y, ahora, habitan en la zona). La mayoría proviene de Loja, Chimborazo, Cotopaxi, Imbabura… provincias en donde se celebra esta fiesta, en las comunidades indígenas.
El escenario se llena de niños del centro educativo comunitario intercultural Yachay Wasi, ubicado en el barrio La Arboleda (a 300 metros del Punto Seguro). Un grupo de ellos representa a los indígenas de Chimborazo; mientras bailan, Luis Fernando Chimba, docente del centro educativo, indica que la modernidad ha separado a la cultura y a la agricultura; y a la cultura la ha hecho de tarima y a la agricultura, algo lejano y distante.
Insiste en que es necesario mostrar “esas cositas que todos tenemos adentro, ese origen campesino, indígena, afro-descendiente o montubio”.
Minutos después, otro grupo de niños escenificó la danza de los tushus, los hacedores de la lluvia del pueblo Panzaleo. Entre las piruetas, Chimba cuenta que “…durante miles de años, en tiempo de sequía profunda, estos hombres y taitas tenían que pedir agua danzando en la base de la mama Cotopaxi. Cantaban, bailaban, recordando que somos parte de la naturaleza…”.
Llegó el turno de los pequeños que bailan con el paso del pueblo cayambi, luego del puruhá, Zumbahua y Otavalo.
Al final, unos niños simulan el vuelo de un pájaro que suele acercarse a las chacras y las destruye… Los pequeños mueven sus brazos y se alejan para dar paso al ritual de la bendición de las semillas a cargo del yachay Iván Guamán
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El humo del incienso se confunde con la leve garúa que no cesa y los vecinos listos para recibir la semillas bendecidas que luego sembrarán en sus pequeñas chacras de San José de Monjas. Ellos saben que es tiempo de germinar.