En la Cuenca 633 y Mideros, en el corazón del Centro Histórico, se alza una vivienda de dos plantas, construida en 640 metros cuadrados. La propietaria del inmueble es la congregación de la Iglesia Alianza Quichua El Tejar.
Todos los domingos, sus miembros realizan el culto en quichua y castellano. Es un momento importante en la vida de las familias indígenas de varias comunidades de la Sierra Centro que allí se reúnen. El templo está en el segundo piso de la estancia.
Son las 17:00 y la música resuena por todos los rincones. Un hombre grueso y alto, de unos 45 años, baja las escaleras y mirando a los ojos invita a subir. Es el pastor Ricardo Caguasay, oriundo del cantón Colta (provincia de Chimborazo) quien migró a Quito a los 14 años.
Es pastor desde 1986 y habla de Dios sobrado de experiencia. “Está escrito que todo el pueblo del Señor debe buscar y no dejar de congregarse. El objetivo: agradecer a Dios con los diezmos, ofrendas, alabanzas; hay que escuchar el mensaje del Señor”, dice mientras sube las escaleras de madera.
El templo, de 200 metros cuadrados, está lleno. Aproximadamente 150 personas, con prendas multicolores, ocupan las 30 bancas. La mayoría son indígenas de las provincias de Bolívar, Chimborazo, Tungurahua, Cotopaxi; de las etnias puruhá, panzaleo, chibuleo, quitu-cara, tababela-otavalo…
Hortensia Latacunga, de 42 años de edad y de la comunidad de Zumbahua, llega con las justas. Sube las gradas y con la mirada alcanza a divisar un puesto vació. Sus hijos la acompañan; todos viven en el Centro, en la calle Alianza.
Algunos compañeros que acuden al templo son sus vecinos, en cambio otros habitan en Guamaní, Chillogallo, valle de Los Chillos, Calderón, El Condado, El Placer, La Libertad.
No hay nada casual en el orden del culto. En el escenario cuatro mujeres -elegantemente vestidas con anaco negro, baitilla roja, blusa blanca y alpargatas negras- cantan en quichua y castellano. Les acompañan una orquesta de tres guitarras, una batería y un sintetizador.
En las bancas de madera están sentadas unas 150 personas (el aforo es para 580), algunas con una Biblia entre las manos, y, en el caso de las mujeres, ataviadas con trajes tradicionales de sus comunidades, también estás presentes mestizos con peinados y zapatillas a la moda.
Treinta minutos después, cuando se ha escuchado media docena de canciones, cuatro hermanos de los diezmos pasan recogiendo la colaboración voluntaria. Y siguen las canciones: “Venimos a darles las gracias, Dios les pague…”.
Siguen llegando mujeres de anacos de terciopelo azul, chales de lentejuelas rojas… Todos se ponen de pie y reciben al pastor. Empieza la prédica, todo en quichua.
Luego habla en castellano e indica que “el primer mandamiento es amar a Dios con alma, mente y corazón. Y el segundo, es amarse a uno mismo y ayudar al necesitado”. Minutos después pasan al escenario los hermanos encargados para celebrar la Cena del Señor. Todos de pie.
El culto llega al momento cumbre. Los hermanos encargados de la Cena del Señor entregan a todos los presentes el pan (pequeños trozos de tortilla de maíz) y el vino (vasitos de vino).
Los coros son parte esencial. “Este momento es de fe intensa, no hay que comer ni beber antes de la bendición”, alcanza a decir Francisco Azuma, miembro de la congregación.
Antes de concluir el culto, una hilera de mujeres (entre 30 y 80 años) ingresa al templo. Es el coro Cantares que tiene 40 integrantes (yacunisas), pero hoy se muestran solo 30. Sus movimientos son sincronizados, hasta María Aucancela, de 80 años, se destaca.
Hortensia Latacunga también formaba parte de este grupo selecto, pero “mi enfermedad me alejó del grupo. Después de mi operación, regresaré ”, dice mientras mueve su pie y canta la alabanza en quichua.
En contexto
El Centro Histórico de Quito acoge a varias iglesias evangélicas quichuas. Las actividades se realizan durante toda la semana y los cultos son, por lo general, los sábados y domingos. Los miembros de las congregaciones son en un 80% indígenas, sobre todo de la provincia de Chimborazo.