Es un tema complejo que se debería estudiar no solo en la academia, sino en los medios, en los escenarios públicos y privados, en el sistema educativo y, por supuesto, en los hogares. La alternativa es crear una ética civil articulada a los derechos humanos, una ética de los mínimos, según el pensamiento de Adela Cortina, investigadora española.
En la foto, Adela Cortina filósofa española. Foto: Xavier Caivinagua / EL COMERCIO
Esta reflexión es necesaria cuando el mundo afronta una de las crisis éticas más grandes de la historia. Por eso resultan oportunas las inquietudes intelectuales de Adela Cortina, española, quien se ha dedicado a estudiar este fenómeno y a ofrecer alternativas.
En su obra ‘Una ética sin moral’ (Editorial Tecnos, Madrid, 2010), Adela Cortina manifiesta que ‘la fe hasta bien poco cumplió su misión, porque los seres humanos asumieron sus deberes que desde tal ficción les han impuesto: deberes morales, jurídicos, políticos y religiosos. A cambio de su sumisión han recibido la garantía de una justicia última y un final feliz’.
Buenos servicios
En ese sentido, la autora no disimula al destacar una verdad evidente: ‘que las religiones nacieron del afán de la inmortalidad, según Miguel de Unamuno’. Y añade: ‘Buenos servicios prestaron las religiones al mundo jurídico, al dotarlo de un legislador sabio y prudente, y también de un juez infinitamente perspicaz, absolutamente insobornable, sin duda bondadoso, pero implacable en el castigo. Buenos servicios prestaron a la moral, al darle, no solo un legislador sabio, sino también juez interior, que lee en lo íntimo de los corazones y premia o castiga con poder y sin error. Buenos servicios prestaron al mundo político –y lo siguen prestando-, al legitimar el poder de los soberanos, pero también a las sociedades, porque crear vínculos desde la cosmovisión y las creencias compartidas, proporcionar identidad y sentido a sus miembros desde ellas, ha sido desde antiguo tarea de la religión’.
Razón práctica
Pero, pese a ello, con el advenimiento de la modernidad y sus secuelas, ‘un nuevo ethos abandonó el mundo trascendente para encarnarse en el nuestro, contingente y corruptible: la idea de la imparcialidad en la legislación y en la aplicación de las leyes viene a constituir la estructura de una razón práctica, que configura la moral, el derecho y el Estado modernos’.
Así, Cortina intenta ‘responder desde la filosofía moral –desde la ética- el gran reto legado por Nietzsche: averiguar si el orden moral desde el que cobran sentido la autonomía personal, el derecho moderno y la forma de vida democrática tienen realidad o es tal orden ficticio’. ‘Prudentes sociólogos –afirma Cortina- se preguntan si no será necesario devolver su cohesión a las sociedades y su identidad a los individuos desde alguna nueva forma de religión civil’.
Ética de la modernidad crítica
¿Bastan los derechos, la política y la justicia para resolver los conflictos humanos? ¿Es que está naciendo un nuevo orden moral democrático? ¿Solo la razón es su fundamento? ¿Vivimos un tiempo postmoral?
La denominada ética de la modernidad crítica podría ser la alternativa, según Cortina, ‘porque las sociedades aprenden no solo a nivel científico, técnico o artístico, sino también a nivel moral: el reconocimiento de la autonomía personal, la dignidad que en consecuencia, a todo ser humano compete, los derechos humanos, el derecho imparcial, la forma de vida democrática se han incorporado a nuestro saber moral en un proceso que resulta ya irreversible, de modo que renunciar a todo ello significaría ya renunciar a nuestra propia humanidad’.
Hacia una ética civil
El cuadro, entonces, es preocupante para unos, y libertario para otros. La resignación podría ser la actitud resultante para los primeros, que basan sus comportamientos en los dogmas, y la búsqueda y encuentro de una nueva era donde el mundo práctico reclama una ética –la de los mínimos– afirmados en los derechos humanos, para los segundos.
Como resultado, los fundamentalismos no solo están en decadencia por ser hijos de los dogmas, sino que las instituciones que, supuestamente, defienden esta ética han perdido su espacio moral y están cayendo en manos de los denominados poderes fácticos, que a nadie representan, o mejor dicho representan a intereses antes que a principios.
Es tiempo de crear una ética civil, la de los ciudadanos y ciudadanas formados para construir una sociedad más incluyente, donde la doble moral no sea la regla sino la excepción, y donde la democracia se respire por dentro sobre la base del descubrimiento del otro –la alteridad- y donde los derechos se sostengan en los deberes y responsabilidades correlativas.