En un día despejado, el imponente nevado Cayambe ofrece un paisaje como este.
Era un domingo cualquiera y el sol empezaba a abrigar el ambiente. No teníamos planificado hacer algo en particular. Desayunamos, y luego de conversar un rato, nos pusimos de acuerdo en salir a pasear hacia el nevado Cayambe y sus alrededores.
Nos enrumbamos hacia ese sector por la carretera E35 y en pocas horas llegamos al monumento que representa a la redonda Tierra, y hace suponer que es aquí donde atraviesa la Línea Equinoccial. Estamos a pocos kilómetros de la ciudad de Cayambe.
Tomamos algunas fotos, acompañados por un sabroso sol y después aprovechamos para servirnos unas deliciosas truchas a la plancha, pescadas en los alrededores, en uno de los varios restaurantes de la zona.
Caminamos unos cuantos metros y encontramos el reloj solar de Quitsato, que marca la verdadera Mitad del Mundo, a diferencia del monumento antes citado. Mediciones actuales con tecnología de punta corrigen el error y nos señalan el lugar donde el planeta se divide en dos hemisferios.
La ciudad de Cayambe es un paso obligado en la ruta hacia el norte. Ahí se puede hacer turismo y degustar sus delicias gastronómicas.
Además del reloj solar, ahí existen estacionamientos, baterías sanitarias y pequeños quioscos de venta de artesanías.
El lugar, hecho en piedra, es muy pintoresco. Unas gradas a los costados, en el mismo material, evocan construcciones ancestrales. El reloj como tal, es una torre cilíndrica amarilla que, con la sombra que produce, va marcando las horas en el suelo. Desde mi punto de vista, más llamativo habría sido que a esta torre se le haya dado la forma de algún tótem, para estar más acorde con el entorno.
Una persona encargada nos proporciona información que nos hace entender mejor el giro de la Tierra en su movimiento de rotación, y la historia de cómo fue detectada esa línea imaginaria.
Luego de disfrutar del lugar, seguimos con rumbo a la ciudad de Cayambe. Ahí nos servimos los infaltables bizcochos con queso de hoja y nos alegramos al son de la música que entonaban varias agrupaciones indígenas, en el parque principal.
Continuando por la carretera Panamericana Norte, un poco más allá encontramos un gran cartel que invita a entrar a conocer el Parque Nacional Cayambe – Coca. Tomamos esa ruta y llegamos a Ayora, pequeña parroquia bastante acogedora. Seguimos adelante hasta la población de Olmedo. Disfrutamos del lugar y por una carretera lastrada, pero en buen estado, seguimos hacia el oriente.
El reloj solar de Quitsato marca el lugar exacto donde el planeta se divide en los hemisferios norte y sur.
Fue ahí cuando al fin se dejó ver el imponente nevado Cayambe, que nos mostró una de sus mejores galas: la poco común vertiente norte, pues hasta los andinistas más experimentados habrán disfrutado de verla en escasas oportunidades. Es una verdadera maravilla, más todavía cuando el sol de la tarde bañaba sus laderas nevadas con su cálida luz. ¡Qué hermosa es la vida! ¡Qué linda es la naturaleza en su estado puro!
Por entre bosques y riachuelos fuimos adentrándonos más y más, hasta cuando un letrero nos indicó que el camino estaba cerrado al tránsito. Con gran pena dimos media vuelta y, nuevamente en Olmedo, decidimos ir hasta Ibarra por la vía paralela a la Panamericana que atraviesa la población de Zuleta.
Hermosos maizales y otros sembríos apostados a los lados de la vía nos acompañaban en nuestro periplo. Pequeños poblados con sus lindas iglesias, parques y casas de tapial, adobe y tejas engalanan el trayecto, haciendo nuestras delicias desde el punto de vista del turista y del fotógrafo.
Ya en Ibarra, aprovechamos para visitar varios lugares típicos. Cenamos y regresamos. El día había terminado y la alegría de lo que habíamos conocido daba paz a nuestros espíritus aventureros.