Quizás sea buena idea que Deportivo Quito desaparezca de una vez por todas. Solo la muerte de un club tradicional, protagonista permanente, con una interesante porción de hinchada y reciente campeón puede despabilarnos y hacernos caer en cuenta de la enorme crisis que sufre el fútbol de Ecuador.
Con su inmolación, ojalá, se podrían salvar otros y hacer entrar en razón a dirigentes y jugadores de que nuestro fútbol es pequeño, pequeñito, y que gastar lo que no se tiene tarde o temprano conduce hacia un solo final: la tragedia.
Bueno, no hay que dramatizar tanto. Después de todo, el fútbol profesional es una actividad privada y la quiebra forma parte de las probabilidades de todo emprendimiento. Si la empresa contrata empleados con sueldos ejecutivos pero el producto no se vende, pues vendrá el déficit, la quiebra y el cierre. Es normal. Grandes firmas han caído. Kodak. Daewoo. Lehman Brothers. ¿Por qué no el Quito?
Ha sido demasiado larga esta agonía con los dirigentes chullas sobreviviendo de prórroga en prórroga, buscando préstamos, ayudas, mecenas, favores, caridades y mediaciones para jugar cada fin de semana. El lema era “No me verás caer”, pero en la práctica parecía ser “No me verás pagar”.
¿En realidad creían que podían pasarse una eternidad de esa manera? Hay que ponerle fin a esto. Hay que hacer auditorías para hallar a los culpables de que el club no tenga jugadores sino deudas. Si hay que ponerle una lápida a SDQ, hacer un réquiem y luego refundarlo, pues adelante. Morir es parte de la vida. Y si esto le cuesta el puesto al Ingeniero, mejor aún: habrá valido el sacrificio.