El que acaba de ocurrir es el segundo intento de acercamiento entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba. El primero fue a comienzos de noviembre de 1963 cuando John F. Kennedy y Fidel Castro, a través de sus delegados, preparaban una reunión al más alto nivel, que se frustró 17 días después por el asesinato de Kennedy.
46 años más tarde, Fidel —retirado ya del gobierno— comentó que Kennedy “quiso conversar seriamente con Cuba y así lo decidió. Envió a Jean Daniel para conversar conmigo. Éste cumplía su misión cuando llegó la noticia del asesinato del presidente Kennedy. Su muerte y la extraña forma en que se programó y llevó a cabo fue verdaderamente triste.”
En el 2002 el expresidente Jimmy Carter visitó La Habana y, en un espectáculo casi surrealista, fue recibido con la mayor cordialidad por Fidel Castro en el aeropuerto, al compás de los himnos nacionales de los dos países.
En sus palabras de bienvenida, Fidel dijo a su invitado: “Tendrá acceso libre a cuanto lugar desee ver y en nada nos sentiremos ofendidos por cualquier contacto que desee hacer, incluso con aquellos que no comparten nuestras luchas”. Carter respondió: “hemos llegado como amigos del pueblo de Cuba”. Y al día siguiente, desde la tribuna de la Universidad de La Habana, elogió los logros de la revolución cubana en los campos de la salud y educación, pidió al gobierno norteamericano levantar el bloqueo e instó al gobierno de la isla que otorgara a su pueblo “libertad de expresión y de reunión”.
El bloqueo económico, financiero y comercial impuso el Congreso en 1992 con la denominada “ley Torricelli” para “buscar una transición pacífica a la democracia y un restablecimiento del crecimiento económico de Cuba”, y se lo endureció con la “ley Helms-Burton” en 1996.
Las sanciones para los países que no lo acataran eran la exclusión de la ayuda norteamericana y la declaración de “no elegibles” para los programas de reducción de deuda con Estados Unidos.
La ley extendió sus sanciones a las filiales de empresas estadounidenses en el exterior y a los buques procedentes de puertos cubanos, que no podían embarcar ni desembarcar carga en los EEUU sino después de transcurridos seis meses de su salida de Cuba y previa autorización del Departamento del Tesoro; y en el caso de los buques que transportaran pasajeros desde Cuba o hacia ella, prohibición de entrar a puertos norteamericanos.
El bloqueo fue una forma de intervención indebida de EEUU no solamente en los asuntos de Cuba sino también de los países amenazados con represalias si no acataran sus disposiciones.
Recuerdo que en alguna fecha de julio 90 discutí el tema con George Bush (padre) durante un almuerzo en la Casa Blanca —donde obtuve para nuestro país los beneficios del sistema de preferencias arancelarias del que Ecuador estaba ausente—, pero no logré convencerlo de la inconveniencia del bloqueo, que afectaba más al pueblo cubano que a su gobierno.