El domingo fue doloroso en Jerusalén. Una joven vida se segó bajo la ira del fundamentalismo religioso, en medio de un conflicto que lastima a la humanidad y a la paz.
La guayaquileña Karen Mosquera, de 22 años, vivía en Israel movida por el llamado de una fe ajena a la tradición del Ecuador. Ella abrazaba la religión judía. De pronto, un joven palestino subió con su vehículo a una vereda. Desde el día del accidente hasta el domingo, Karen estuvo muy grave. Entonces falleció.
Su funeral se cumplió con la sobriedad acostumbrada en las tradiciones judías y fue en Jerusalén. Esa ciudad santa para las tres religiones monoteístas más importantes del planeta, es símbolo de una lucha religiosa y sangrienta entre pueblos que se sienten con derecho a reclamarla como heredad de sus antepasados y fuente del conflicto árabe-israelí.
Hace poco el mundo condenaba la tragedia de la guerra. Los ataques a la Franja de Gaza, bajo dominio palestino, la respuesta palestina sobre Israel. La muerte de inocentes, civiles, ancianos, niños…
Cuando las heridas de las balas y misiles todavía no se curan y los palestinos e israelíes siguen llorando por sus seres queridos del más reciente capítulo – ojalá el último- de una guerra cruel, el asesinato de la ecuatoriana, judía por convicción, es un mazazo a la conciencia.
El sacrificio de Karen es doloroso. Quizá sea un símbolo para la búsqueda incesante de la paz entre los seres de buena voluntad que pueblan el planeta . Esa paz que merecen por igual musulmanes y judíos, palestinos e israelíes.