Estamos inmersos en un tiempo en el que, nos guste o no, se ha impuesto una cultura global cuyos patrones han cambiado las creencias y el tradicional ritmo de la vida cotidiana. Uno de ellos se relaciona con la conducta alimentaria que hoy, hombres y mujeres, procuran tomar en cuenta: vegetarianismo, prescindencia de grasas y calorías. En fin, elogio de la delgadez, reproche de la obesidad. Algo, en verdad, distante a lo que, hace solo unas décadas, se creía bueno y deseable.
El tema gastronómico, ya como derroche de comida o como escasez de ella, está presente en la literatura. En la Edad Media la poesía goliardesca de tunos y frailes prostibularios reiteraba en aquello de que “en el yantar y el folgar el home consume la mitad de su vida”. En las novelas picarescas como en las caballerescas del Siglo de Oro español pululan personajes a quienes el hambre los consume. Hidalgos tan míseros cuyos criados salen a mendigar para apagar el hambre propia y la del amo. En “El Lazarillo” y en “El Buscón” de Francisco de Quevedo abundan los clérigos avaros, mas ninguno tan espectral como el Licenciado Cabra de quien Quevedo dice que tenía una “caja de hierro toda agujereada” en la que “metía un pedazo de tocino”, caja que, gracias a un cordel, era introducida en la olla “para que diese algún zumo por los agujeros y quedase para el otro día el tocino. Parecióle después que, en esto, se gastaba mucho y dio en solo asomar el tocino a la olla. Dábase la olla por entendida del tocino y nosotros comíamos algunas sospechas de pernil”.
En el “Quijote”, Cervantes presenta los dos extremos del comer: el hambre y la glotonería siendo más frecuente lo primero que lo segundo. De don Quijote se sugiere su delgadez debida, en parte, a su escaso alimento, pitanza de un campesino pobre: “una olla más de vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados” (esto es, huevos con chorizo), “algún palomino de añadidura”. Sancho confiesa que él y su amo “con un puño de bellotas o de nueces nos solemos pasar entrambos ocho días”. Y mientras don Quijote aconseja frugalidad (“come poco y cena poco que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago”), Sancho no desperdicia oportunidad para desquitarse comiendo hasta el hartazgo. Ello ocurre cuando los dos aventureros caen en las bodas de Camacho: verdadera exhibición carnavalesca de la gula. El anfitrión muestra su riqueza ofreciendo a los convidados un espectáculo gastronómico que es toda una ostentación de poder: novillos desollados, liebres, gallinas, “más de sesenta zaques (de vino) de dos arrobas cada uno…”. Fiesta barroca de la abundancia en la que, como en todo lo barroco, se busca ostentar y alardear. Y mientras el glotón de Sancho disfruta a sus anchas con “la espuma de unas gallinas y unos gansos”, don Quijote, habituado al ayuno, apenas prueba bocado.