Bohemia y paisaje, el embrujo de los bares de Guápulo

Foto: Jenny Navarro/El Comercio

Foto: Jenny Navarro/El Comercio

Con o sin neblina, uno de los principales atractivos de cuatro negocios en el Camino de Orellana, en Guápulo, son sus terrazas. Desde allí se puede contemplar totalmente o a medias el valle de Tumbaco, mientras se toma un vino hervido o un canelazo, en la compañía de amigos y con música de fondo. El Café de Guápulo, el Palo Santo, el Ananké y el Mojigato son las opciones.

La noche del viernes, el Café de Guápulo está a reventar. El grupo Hitzi da un concierto en la salita al ingreso del local más antiguo de la zona. Allí hace algo de calor. En la terraza, en cambio, la gente se abriga y muchos aprovechan el espacio abierto para fumar un cigarrillo. Las conversaciones y las risas de cada mesa se mezclan en un ruido que, sumado a la música a alto volumen, se vuelve más y más confuso.

¿Acentos? De todo un poco. Hay colombianos, argentinos, ecuatorianos, ‘gringos’, alemanes… todos hablan a la vez y se ven contentos y cómodos pese a que en el lugar, con capacidad para 60 personas y que está en ampliación, no hay dónde poner un pie.

Francisco González, de 27 años, vive en Quito hace casi un año y es español. Vino para hacer una investigación sobre Historia, en la Universidad Central. Su contrato termina a fin de año, pero ha pensado en la posibilidad de quedarse. Eligió Guápulo para la noche del viernes porque le gusta “el ambientillo que tiene, que es diferente a ‘La zona’ (La Mariscal) y lo demás en Quito”. Su bebida favorita en ese lugar es el canelazo, que es lo típico en ese sector.

En este en particular, se ofertan de diversos sabores: frutilla, mora, naranjilla y jengibre. Este último es el más reciente y es conocido porque, según Fidel Barzola, es bueno para aliviar la tos. Él y su hermano Amaru son socios en este negocio que lleva 22 años de funcionamiento. Antes, en el mismo sitio, estaba la Rocola de Guápulo.

Los trabajos de los artistas plásticos tienen un lugar preferencial en ese lugar. Hay obras en distintas técnicas expuestos en sus coloridas paredes. También se exhiben algunas fotografías.

Esta parroquia no es solamente el escenario de noches con un ambiente bohemio y tradicional. Además, da el nombre a diversos platos que están entre los favoritos de los comensales que visitan los locales.

Mientras que en el Café de Guápulo se oferta el burrito guapuleño, en la pizzería Ananké están la pizza guapuleña, con queso, albahaca y salami; y las papas guapuleñas, que se sirven fritas, con queso gratinado, pickles, cebolla y pimiento. A esta última pueden ingresar hasta 72 personas.

Los viernes y sábados también suele estar a reventar. Este 27 de marzo, por ejemplo, había un grupo de seis personas que esperaban que alguien desocupara una mesa para poder ubicarse, alrededor de las 22:30.

Afuera, en la calle, los conflictos viales que por las tardes suelen darse por discusiones en momentos de congestión vehicular entre conductores que van o vienen de Cumbayá o Tumbaco hacia Quito, en las noches tienen otra razón. Las largas filas de vehículos parqueados obstaculizan el tránsito y el asunto se vuelve cuestión de quién debe retroceder: quien sube a Quito o baja a Guápulo.

Pero al conseguir un sitio de estacionamiento, el mal rato pasa. Christian Cruz, administrador de Ananké desde hace dos años y medio, cree que la gente disfruta de esta zona por dos razones: la bohemia que es una característica esencial del barrio y la vista panorámica. “Cuando está despejado y es día de luna llena, se ve el valle iluminado y es increíble. A la gente le encanta eso”.

Suplementos digitales