Seres humanos, casas, objetos o animales del África conforman la imaginería de la obra de Sebastiao Alves Langa. Este artista plástico, oriundo de Mozambique, es un especialista en el batik o técnica de pintura sobre tela. Y desde hace dos años y medio, reside en Ibarra, donde ha emprendido el proyecto Africarte Ecuador, para promover las expresiones culturales africanas en el país.
Langa llegó a Imbabura siguiendo a su esposa, Ruth Garitaonandía, quien trabaja para una ONG que da asistencia en la zona. El pintor, de 34 años de edad, aprovechó su nueva residencia para compartir sus conocimientos sobre batik (arte originario de Indonesia). Así, hace un año abrió una pequeña galería en el barrio La Cruz Verde, uno de los más tradicionales de Ibarra. En el local resaltan una docena de pinturas hechas con la técnica del batik, todas son costumbristas.
El aroma de la cera, que se derrite en un recipiente al calor de una estufa eléctrica, inunda su taller situado junto a la sala de exposición. El proceso del batik es laborioso, asegura Langa, con un inconfundible acento portugués. Con un esferográfico traza líneas sobre la tela blanca y da forma a una mujer delgada, que carga sobre su cabeza un pondo. Junto a ella hay un hombre con sombrero. Los dos están al lado de una choza. “Siempre me inspiro en estampas cotidianas de mi país”.
Para Langa, la mejor escuela de arte fue su antiguo barrio Aeropuerto, un reducto de hábiles pintores y escultores, en su ciudad natal Maputo, capital de Monzambique. Hace 18 años aprendió el oficio de maestros como Virgilio Ukhedo. Con él aprendió a manejar con el djantig, un instrumento artesanal, parecido a una plumilla, que sirve para cubrir con cera caliente los espacios de la tela que no van a ser teñidos.
Cada vez que el lienzo es teñido de un color, lo deja secar para la siguiente aplicación. El último color que se aplica es el negro, que por lo general pincela los cuerpos de personas y los filos del marco. Una vez que se ha secado el batik, se debe recubrir con una última capa de cera, para que todo el cuadro adquiera un solo brillo.
Africarte también ofrece cursos a colectivos de artistas y artesanos que se interesan por conocer esta técnica. Una de las discípulas de Langa es Aída Imbaquingo. Hace un años, esta aficionada a la pintura participó en una exposición colectiva con seis cuadros que realizó con este método. Imbaquingo recuerda que en uno de ellos plasmó una colorida serpiente, que según ella representa la transformación.
El proyecto de Langa también apunta a investigar las raíces del pueblo afroecuatoriano. La artista plástica Lizeth Rivilla, junto al monzambiqueño plasmaron murales con la cosmovisión afro. Las obras están pintadas en los colegios que están ubicados en los poblados de Salinas y Carpuela, en el cálido valle del Chota.
Los frescos, que miden tres metros de alto por cuatro de ancho, recrean a una familia campesina y elementos de la naturaleza como el agua o las plantas. Rivilla señala que buscan que los estudiantes, la mayoría afrodescendientes, conozcan los íconos africanos. Es decir, que vayan más allá de las expresiones culturales del Chota, como la bomba.
Langa, quien ha realizado exposiciones individuales y colectivas en Ecuador y España, también ha ilustrado un cuento para jóvenes y adultos. Se trata de Ngueva, de la escritora Nieves Sevilla Nohales, que narra la historia de un joven africano que explora un mundo nuevo.
El director de Africarte también participa periódicamente en ferias como las de Cumbayarte y La Mariscal Foch, en Quito. Precisamente, ahora alista sus nuevos trabajos para la exposición Texturas y Colores, que se efectuará la próxima semana en el Bicentenario.
Una vez por año, Langa emprende un viaje de 21 horas para retornar a su país. En cada periplo aprovecha para aprovisionarse de materiales para sus obras, como telas africanas. Con estas confecciona bolsos, carteras, ropa. También adquiere esculturas en madera, de figuras humanas estilizadas, a las que decora con pequeñas telas de batik.