Sting será el invitado del festival Quitonía que organiza el Municipio de Quito por la fiestas capitalinas
La clave para entender la carrera de solista de Sting puede radicar en una canción de The Police del último álbum del grupo: ‘Synchronicity’ de 1983.
En O My God, se conserva el poderío rítmico que caracterizó a la sección conformada por Sting y Stewart Copeland; pero eso no ayuda al tema. Es uno de los más débiles de un disco que salvo por esa excepción resultaría brillante.
Es en ese tema que ya se vislumbra lo que Sting vendría a llevar por carrera pocos años después de esta grabación. Su transformación de ‘frontman’ de rock a mimado del pop adulto contemporáneo se consolidó con sus ‘hits’ en solitario. Temas como All This Time, Brand New Day, Fields of Gold, If I Ever Lose My Faith o Desert Rose sepultaban al vocalista de The Police para dar paso a este artista que desde el mundo del rock resulta difícil de entender.
Así se convirtió en uno de los miembros más laureados (16 Grammy) del club de artistas como Michael Bolton o Celine Dione. Y lo hizo en una evolución tan ecléctica como debatible. Primero estuvo su devoción por el jazz. Si en ‘The Dream of the Blue Turtles’ de 1985 se acompañó de músicos de jazz, en ‘All This Time’ del 2001 quitó toda escencia de rock a Roxanne de The Police para reorquestarla bajo estándares de la escuela de soft jazz.
Luego fue su sobrecogimiento por la música del mundo. Limando toda aspereza sonora del pasado, Sting declaraba su aburrimiento por el rock and roll a la revista Time Magazine y regalaba -a un público que envejecía con él- la placa ‘Songs From A Labyrinth’, un CD de música renacentista -con laúd y todo- sobre obras del compositor del siglo XVI John Dowland.
Otra de las claves de su carrera en solitario fueron las colaboraciones, tan variopintas como sus matices. Por un lado compuso para Disney la canción My Funny Friend And Me y por otro se lo vio haciendo experimentos étnicos con la rapera Mary J Blige y la maestra del sitar Anoushka Shankar en su ‘Sacred Love’ del 2003.
Si bien su catálogo en solitario puede ser relajante y hasta complejo, también puede ser considerado como de cámara o pretencioso para bien o para mal (cabe recordar que Sting vive en un Castillo en Italia). Adentrarse en su música puede generar un bostezo o una razón fundamentada para otorgarle otro Doctorado Honoris Causa (tiene uno por Northumbria y otro por Berklee) u otro Grammy. Todo depende de la perspectiva.