En gustos y colores no opinan los doctores. Que las fiestas de Quito estaban apagadas, que los shows masivos no fueron buenos y que faltaron más toros. O, por otro lado, que hubo más participación vecinal, que no hicieron falta los toros y que los conciertos de Quitumbe y el Bicentenario estuvieron bien.
Las conclusiones quedarán entre las autoridades y los estudiosos de la ciudad. Hay reflexiones más inmediatas que se generan de la simple observación, de lo a priori y del sentido común. Dejando de lado eventos que convocaron a miles de personas (1,5 millones en 400 eventos, según el Municipio), organizados por la institucionalidad, hubo otra realidad visible.
Se trata de una mayor organización y participación de los vecinos en estos festejos. Con o sin colaboración municipal, apostaron a organizar sus propios programas en los que se mezclaban el baile y la diversión con la recuperación de las tradiciones y de lo tradicional, de lo que generaba más conexión con la ciudad, quiéralo o no.
Aquellos quiteños que superaron las cuatro décadas, o un poco menos, recordarán todo lo que en el barrio movía solo, por ejemplo, en materializar el palo ensebado. La colaboración y el ingenio no tenían límite. Guambras y “viejos” metían su mano.
En este 2014, este escenario se repitió. Barrios del sur en La Argelia, en el Centro Histórico, en La Vicentina, San Carlos y Cotocollao apostaron, como muchos otros, a organizar su propio programa. Los recursos llegaron de las colaboraciones vecinos y comerciantes y de fondos propios que disponía cada organización.
Como sucede todos los años, en este y siendo la primera experiencia para la administración de Mauricio Rodas, hay acciones y decisiones por evaluar. La inesperada gratuidad de Quitonía, por ejemplo debe ser evaluada. Los economistas dirán costo/beneficio. Hay un año para buscar y dar sentido a la celebración, identidad, norte. Y en esa evaluación el vecino debe tener su protagonismo.