Cráter del volcán Pululahua. Foto: Paúl Rivas/ EL COMERCIO
Desde el mirador, las parcelas y casas del interior de la caldera del Pululahua causan un efecto tranquilizante. Por unos minutos, los visitantes no pueden dejar de admirar la olla que se formó tras una implosión volcánica, unos 2 500 años atrás.
La erupción fue tan grande que derrumbó la parte de arriba del volcán y por eso, ahora, el pueblo está rodeado por montañas. Desde el mirador, que es una parada obligatoria por la que pasan los turistas nacionales y extranjeros que llegan a la capital, se puede descender a pie o a caballo.
El camino es inclinado, de tierra, polvo y lleno de curvas, por lo que se requiere de un esfuerzo físico. Entre los grupos de turistas es común encontrar a Freddy Rosero, quien conoce todo lo que se puede saber sobre la caldera. El hombre de 68 años, con láminas gráficas en mano, se ofrece como guía, a cambio de un pago que es la “voluntad” de los visitantes.
Una vez llegado a un acuerdo, él recita la historia del lugar. “Esto no es un cráter, es una caldera”.
La vegetación, los sonidos y hasta los rayos del sol parecen diferentes adentrándose en el sendero. Es indispensable bajar con agua, algo de comer y un poncho de agua, por si acaso llueva.
El descenso a pie puede durar unos 30 minutos, hasta el inicio de la zona poblada donde habitan unas 50 personas. Lo más complicado, y lo que más gusta a las personas que sienten una atracción por las montañas, es el regreso. Subir puede tomar más de una hora, pero eso dependerá del estado físico de los caminantes.
Rosa Chipantasi, guardaparque del Ministerio del Ambiente, contó que al mirador acuden unas 300 personas en días ordinarios. Los fines de semana hay, al menos, 1 200 visitantes.
La mayoría contempla por unos minutos el paisaje y se va. Pero en las 3 383 hectáreas de la reserva hay más para disfrutar.
Otra opción de llegar al poblado es acudir en vehículo hasta el sector de Moraspungo, por la vía a Calacalí.
Allí hay un letrero y un camino que llega a la parte baja de la caldera. Lo recomendable es acudir en un carro grande, camioneta o tipo jeep, porque la vía es de tierra y con baches.
Las montañas interiores, el Pondoña y el Chivo, están repletas de vegetación y fauna. Hay senderos autoguiados, como el de Lulubamba, donde se realiza un turismo más científico y donde se observan plantas y aves.
En la parte de abajo, desde hace nueve años, está el Hostal Pululahua. Allí ofrecen servicio de alimentación y hospedaje todos los días del año. Incluso, el servicio de transporte desde el aeropuerto o desde la Mitad del Mundo.
Gabriel Cevallos trabaja en el hostal, que tiene costos entre USD 15 y 25 por noche. Allí también tienen un hidromasaje, caballos para dar paseos y hasta alquilan bicicletas para que los turistas recorran el pueblo.