Tengo una hipótesis: mientras los sistemas informáticos -con la inteligencia artificial y la robótica revolucionan la sociedad-, los sistemas políticos -los democráticos para ser enfático- se caen en pedazos.
Los síntomas de esta “enfermedad” socio–política–económica–ética es inédita en el mundo. Y se presentan dentro de “espectros” que retratan realidades nunca antes vistas: la acumulación sin límites de las transnacionales, la inoperancia de las Naciones Unidas, los vientos de guerra nuclear; la falta de liderazgo de las religiones; el calentamiento global y sus secuelas en el clima planetario; la presencia de mafias narco-delictivas-políticas; la emigración descontrolada y la violencia; la pobreza de las naciones, el autoritarismo creciente y…el declive notorio del sistema democrático.
Zygmunt Bauman, uno de los sociólogos contemporáneos más importantes, elaboró el concepto de la modernidad líquida como metáfora de la transitoriedad, del cambio y la desregulación de los mercados y la economía. En este contexto, la democracia está en proceso de disolución. Las elecciones son fachadas que legalizan representaciones…que no representan a los electores, mientras los partidos políticos son empresas que mercadean cacicazgos. Y no hay educación política.
La caída -de los referentes y las instituciones- forma parte de este fenómeno, que afecta no solo a las democracias industriales, sino a todos los Estados en su conjunto. Las estructuras -antes sólidas e infranqueables- tambalean, ante los apegos de una sociedad anclada a los individualismos, la competencia, el espectáculo y el derroche, mientras la mayoría yace adormecida y enredada -perdonen la tautología- en las redes sociales, supuestamente conectada, pero invisibilizada.
La democracia está en peligro de extinción. No cabe duda. Hay que comenzar procesos de transformación en los sistemas educativos. Y nuevos liderazgos éticos, nuevos partidos políticos, y que la sociedad civil despierte de su letargo.