Fueron diez minutos de escenas extraordinarias, transmitidas por radio y televisión en cadena el sábado anterior. Rodeado de cercanos colaboradores, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, la emprendió entonces contra la revista Semana, en respuesta a una caricatura de Vladdo y a los ‘Microlingotes’, de Óscar Alarcón. Y extendió sus ataques, con alusiones a una “oligarquía […]de 200 años”, a una “campaña” contra Venezuela y su Gobierno “en todos los medios”, que se “desarrolla en toda Colombia”.
He visto el video de la intervención presidencial, una y otra vez, con el fin de entender mejor la concepción que Maduro tiene de la prensa, y las razones que motivaron no tanto su airada reacción como su decisión de ocupar 10 minutos de su jefatura de Estado para criticar la tarea de los medios de comunicación de otro país.
El presidente Maduro confunde a los periódicos con sus colaboradores, a estos con el Gobierno y, de paso, presupone que todos los medios colombianos se encuentran ligados en una especie de conspiración contra su administración, dirigida por venezolanos. “Eso no pasa en Venezuela”, Maduro reconoció haberle advertido a su colega colombiano: “Ningún medio tiene una campaña contra el presidente Santos”.
Tal advertencia, en claro tono de queja de presidente a presidente, no parece tener mayor sentido. A menos que Maduro concibiera que es papel de los gobiernos controlar la prensa. En efecto, refleja muy bien la concepción del chavismo sobre los medios de comunicación, adversa al pluralismo y a la libertad de expresión, que hoy afecta seriamente al periodismo venezolano.
Preocupa, además, el uso patriotero que Maduro les dio a sus ataques contra los medios colombianos. La caricatura de Vladdo es una parodia del escudo venezolano para mostrar los resultados de su gobierno en su país: “escasez”, “inflación”, “Dios proveerá”.
Maduro apela al más crudo nacionalismo dizque contra campañas para desmoralizar desde Colombia a los venezolanos y sus Fuerzas Armadas. Invoca, por supuesto, a Bolívar; señala a “los enemigos históricos de Venezuela”, y a la “guerra que nosotros enfrentamos para tener patria independiente”.
Tanto la caricatura de Vladdo como los ingeniosos juegos de palabras de Óscar Alarcón –ambas expresiones finas de humor político– son descalificadas por el Presidente venezolano como “cosa baja, sucia, estúpida, miserable”. “Dedíquense a su país”, los conmina, como si el humor y hasta el oficio de la prensa tuviesen fronteras nacionales.
“La ausencia de humor entre los presidentes populistas se ha convertido en una tendencia grave”, observó una nota del periódico francés Le Monde, al informar sobre los ataques de Maduro.Le Monde recordaba en su nota las acciones del gobierno de Rafael Correa contra el caricaturista Bonil, en Ecuador. Llamarlos “populistas” es hacerles un favor en momentos en que el populismo ha ganado valor normativo en algunos sectores, a menos que se entienda bien que el populismo, por definición, es antagónico a la democracia, a las libertades y al pluralismo.